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viernes, 28 de mayo de 2010

La blasfemia, más que un insulto




Cuando se pronuncia la frase "no blasfemes", generalmente se suele dar a entender dos cosas:

a) Tener cuidado con lo que se dice, pues está en contra de la ideología del emisor, de quien nos dice "no blasfemes".

b) No insultar a Dios.

La segunda particularmente puede entenderse de varias formas. Insultar a Dios para unos será que las personas actúen en forma contraria a sus creencias religiosas, para otros es literalmente utilizar "groserías" o palabras despectivas para el Creador.

Para los noájidas la frase "No blasfemar" tiene dos sentidos: No transgredir ninguna ley del Eterno, y no destruir su creación.

De hecho, cuando transgredimos cualquiera de las leyes del Creador, estamos destruyendo su obra y por lo tanto blasfemando.

El segundo mandato posee "Esplendor", uno de los poderes emocionales del alma cuyo fundamento es Sinceridad. A la vez que está acompañado del segundo atributo de la Creación: Reconocimiento.

El Esplendor bien podríamos definirlo como "la chispa divina" que resplandece en toda la creación, incluyéndonos a nosotros mismos. A través de su reconocimiento podemos entender y aceptar que toda la creación debe ser respetada y que no tenemos derecho a destruirla; sin embargo para poder llegar a ese entendimiento debemos ser sumamente sinceros y aceptar al Eterno como creador.

Cuando no somos sinceros y nos mentimos anulando la existencia continua del Único, negamos también la presencia divina que hay en cada ser humano.

Es por esa razón que el daño ambiental desmedido, la crueldad hacia plantas y animales, así como el racismo y la discriminación, se consideran blasfemia.

El racismo es una negación divina de las más ejemplificadoras, al negarle al otro el mismo nivel de divinidad y considerarlo inferior de manera que surge el odio; pero el desprecio hacia otro ser humano lo es también hacia el Eterno pues todos los seremos humanos recibimos continuamente la influencia de nuestro Creador.

El racismo y la discriminación entre seres humanos, son el ejemplo más claro de blasfemia. Y denotan también la importancia y profundidad del segundo mandato.

Así mismo, la trasgresión del segundo mandamiento puede llevarnos directamente a la violación del precepto "no asesinarás", una expresión tanto física como simbólica. Pues cualquier forma de destrucción hacia al ser humano se considera asesinato. Y en el caso del racismo frecuentemente encontramos casos de asesinos no sólo simbólicamente sino literalmente.

En conclusión, no blasfemar va más allá de un insulto dicho a la ligera. Es desconocer la presencia de la energía en la creación.

Sin el reconocimiento de la existencia divina no podemos convertinos en socios de la creación y protegerla, pues no entenderíamos el significado propio de su existencia y la destrucción del entorno nos sería indiferente. Desafortunademente, muchos viven en esa indiferencia.

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