"El hombre es un árbol del campo"
(Deuteronomio 20:19)
Los seres humanos somos muy similares a un árbol: Nos esforzamos por crecer cada día, tenemos y echamos raíces, nuestras vidas se llenan de ramas y caminos. Y una de las cosas en las que más nos parecemos a un árbol es cultivar semillas.
Tanto en el plano físico como en el espiritual nos reproducimos, cultivamos semillas. Así como en el plano físico tenemos hijos, en el plano espiritual tenemos ideas, sentimientos y convicciones; los cuales sembramos en los seres que nos rodean.
También nos parecemos a un árbol en la forma de esparcir nuestra semilla. Para reproducirse el árbol utiliza dos cosas: la semilla y la fruta. La semilla permite producir un árbol nuevo, y la fruta permite que ese nuevo árbol tenga la posibilidad de extenderse a lo ancho y largo del territorio. Ambas son necesarias.
De la misma forma los seres humanos creamos una semilla a través de nuestros pensamientos y sentimientos, y también envolvemos esa semilla en una fruta a través de bellas palabras, imágenes, emociones que permiten la aceptación de nuestras ideas por parte de los demás.
Y así nuestro mensaje puede transmitirse a muchísimas personas. De manera que crecemos espiritualmente al tener una influencia positiva en el mundo a través de nuestra semilla.
Si el fruto de nuestra mente no encierra un trozo de nuestra alma, ¿qué sentido tiene?
¿Todo por ganar?
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