No asesinar: El cuarto precepto
Las últimas tres semanas han sido de gran agitación en lo que respecta a mi vida amorosa, la cual estuvo envuelta en una serie de líos producto de rumores malintencionados. Y ustedes se preguntarán ¿Qué tiene todo esto que ver con el cuarto precepto "No Asesinar"?
Empecemos por los antecedentes. Yo era muy feliz en una relación que llevaba cuatro meses con mi ahora ex, y de repente un día el chico comenzó con evasivas: Si le hablaba me decía que estaba ocupado, si lo invitaba a alguna fiesta no podía justo ese día, no llamaba, no me buscaba. Días después habló conmigo, ya no quería seguir lo nuestro porque seguía lastimado por lo de su novia anterior y estaba confundido.
Hasta aquí, no se trataba más que un remake del clásico "No eres tú, soy yo". Obvio yo tenía mis dudas sobre la verdadera razón de su decisión, y como toda buena desconcertada empecé a liarme con toda clase de ideas: ¿Querrá regresar con la ex? ¿Habrá otra chica? ¿Ya no le gusto tal vez?... Fuera de eso, no había mayor inquietud.
Y entonces... recibí "La Llamada". Era mi mejor amiga y compañera de trabajo de mi ex, con las palabras "tenemos que hablar". Un par de días después quedé con ella para tomar un café y hablar de ese asunto que parecía tan importante.
Como imaginé quería darme su versión de los hechos (o por lo menos la que había llegado a sus oídos). La cual consistía en que mi chico quería romper conmigo desde hacía días y no sabía cómo, que en realidad él nunca quiso nada serio conmigo y yo iba demasiado rápido, que lo estaba presionando y "asfixiando".
¿What happened here??? De repente todo mi panorama cambió, la imagen del chico lindo y honesto que yo conocía se derrumbó hasta los suelos. Yo estaba fúrica, decepcionada, dolida. Me sentía traicionada; de farsante, embustero e imbécil, no lo bajé. Y entonces le confié a mi amiga todas esas atenciones que tuve para con él (como ayudarlo a pagar la última mensualidad de su computadora por ejemplo), pensando que él era una persona completamente diferente a lo que resultó ser en realidad.
Lo peor de todo, es que yo no podía creer que él no hubiera tenido el valor de decirme todas esas cosas de frente. Y entonces, mi orgullo salió a relucir, no estaba dispuesta a permitir que él se fuera impune de todo esto. Así que le hablé envuelta en toda mi furia, para decirle que el sábado pasaría por mis cosas (unos discos que le había prestado y unas fotos que tomó durante la boda de una amiga) porque no se las podía dejar. En ese momento, yo noté en su voz un gran desconcierto; pero no le di importancia, pensaba para mis adentros "ah, no se lo imaginaba, creyó que no me enteraría de sus mentiras".
El sábado, tal como dije, me presenté ante la puerta de su casa con una mirada de odio; dispuesta a gritarle lo idiota que había sido conmigo. Toqué y él salió con mis cosas en mano, lo vi a los ojos... y no pude decir nada. En ese momento, toda la ira que tenía se transformó en una absoluta decepción.
Yo realmente lo quería y confiaba ciegamente en él, no podía creer todo lo que había hecho. Así que estiré mi mano para que me diera mis cosas, dije "gracias" y me fui; pero justo cuando comenzaba a bajar la escalera, él me dijo "no tenías que haber sido tan grosera".
Entonces mi rabia volvió ¿Cómo se atrevía a decirme eso después de todo lo que dijo? Le pregunté si acaso debía yo tener consideraciones con él, a lo que respondió que eso era lo de menos, pues a final de cuentas él siempre me había tratado bien y nunca me había faltado al respeto.
Lo miré a los ojos y pude ver en su mirada una absoluta convicción. Entonces decidí preguntarle las razones por las que me había dejado, pensando en darle la oportunidad de decir la verdad; pero su respuesta fue "te dije la verdad". No le creí, pensé que me estaba mintiendo y me fui indignada.
Y entonces pasó algo que yo no me esperaba: él me siguió. Me alcanzó a mitad de la calle, enfadado porque encima de que yo había sido grosera y le había gritado por teléfono, ahora me iba sin dar explicaciones de mi conducta. Estaba por completo desconcertado, me di cuenta hasta ese momento, que él realmente no tenía ni idea de lo que estaba pasando.
Así que le conté lo que mi amiga me había dicho y él enfureció. Nada de eso era cierto, y muchas cosas que había dicho no las dijo acerca de mi sino de su relación anterior. Entonces nos dimos cuenta ambos, de que mi amiga se había enterado de todas esas cosas gracias a la intervención de un tercero: el mejor amigo de mi ex.
Mi chico estaba enfadado, dolido, traicionado. Exactamente los mismos sentimientos que yo tenía hacia él unas horas antes, ahora los tenía él hacia su amigo.
Nosotros quedamos como amigos y arreglamos los malos entendidos. Yo hablé con él al día siguiente para saber cómo estaba y me dijo que hablaría con su amigo el lunes por la mañana.
El martes volví a llamar para saber qué había ocurrido... Y entonces me dijo en un tono de decepción, que yo le había mentido y que ya no podía confiar en mi cómo antes.
¿Queeeeeé? No supe que le había dicho el tal amigo, pero era evidente que había dejado ver que yo había inventado todo lo que dije "para desprestigiarlo".
Discutimos otra vez, yo comencé a llorar; cómo era posible que después de todo el pleito, la angustia y la frustración, él pensara que yo mentía. Le insistí para que me aclarara las cosas.
Y entonces salieron comentarios, como lo del pago de la computadora. Nadie podía saber ese detalle excepto yo, lo cual era cierto. O que mi amiga estaba enojada con mi ex, lo cual era verdadero también...
Pero las razones que le dieron sobre estos asuntos eran absolutamente falsos, y me costó trabajo hacerle ver que yo no había mentido, y que me importaba un rábano lo que dijeran los demás; pero sí me dolía lo que él pensaba de mi.
Al final, él acabó creyendo en mi y yo confirmé que sí podía confiar en él no importaba todo lo que me dijeran; sin embargo, entre los dos quedó la triste sensación de que ya nada era como antes.
Pero... ¿qué pasó aquí entonces?
Más allá de la anécdota amorosa, lo que trato de ilustrar es el hecho de que en todo este lío se transgredió la cuarta ley para las naciones: No asesinar.
Todos somos descendientes de Adam, quien fuera creado a "imagen y semejanza del Eterno". Por lo tanto cada persona es una pequeña imagen del Eterno que debe ser preservada y respetada.
Aquel que asesina al inocente, no sólo perjudica a su prójimo y a la sociedad, sino también está atacando la imagen divina que reposa en toda persona. Cuando hablamos de asesinato, no nos referimos únicamente al acto físico de quitar la vida, sino también al crimen espiritual y al simbólico.
Si yo incito a otro a practicar la idolatría, la estoy asesinando espiritualmente y violando la Ley. Es un crimen espiritual. Si difamo o avergüenzo a una persona en público, la estoy asesinando simbólicamente, la estoy destruyendo. Es un crimen simbólico, pero aún así estoy violando la Ley.
Las calumnias y la difamación llevan desastre a la vida de las personas, tal como ocurrió en este caso. Una linda amistad se destruyó por causa de la calumnia, y la confianza de dos personas se perdió por motivo de las habladurías.
No se cuál fue el motivo con el que se justificó el "amigo" para hablar mal tanto de mi como de mi ex, de la misma manera que jamás sabré los motivos de muchos asesinos. Lo que sí se, es que están transgrediendo las leyes del Eterno y como consecuencia traen destrucción al mundo.
No hay justificación para violar la ley, no importa que tantos celos tengas o lo que haya hecho la otra persona; no tienes derecho a asesinarla, porque estás atentando contra la imagen divina, contra el mismo Eterno. Por lo tanto, hay que cuidar tanto los actos que realizamos como nuestras palabras; tratando de no faltar a la verdad, de no engañar y de no provocar perjuicios al inocente.
¿Quién es el hombre que desea vida?
¿Quién anhela años para ver el bien?
Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño.
Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y síguela.
(Tehilim/Salmos 34:13-15)
0 comentarios:
Publicar un comentario